Me pongo serio, en serio

Hoy le salvaron la vida a una chica. Necesitaba ella un transplante de corazón, nada más y nada menos.

Se la salvó un donante, esposo, padre e hijo, quien murió asesinado por delincuentes sueltos por la permisividad y desidia de quienes juegan a gobernar.

Los que donaron son pobres, de Villa Celina, no tienen plata ni lujos. Quien recibió es una maestra, quizás la profesión más importante y peor paga de la Argentina. Pobres de dinero donaron vida a pobres de dinero. Ambas partes ricas en calidad.

Quienes hicieron el milagro técnico, tecnológico y artístico de implantar un corazón de una persona en otra, son los profesionales argentinos de la Fundación Favaloro, entidad cuyo fundador, creador y mentor se suicidó para dejar firmado por siempre el fracaso de la gente buena frente a la mierda. Pulverizó un cerebro superdotado, como nosotros pulverizamos nuestro talento y futuro cada vez que miramos para otro lado o pasamos un billete negro.

En un país pobre, dos familias se regalan la vida a través del talento que no tiene precio, creado por un hombre que decidió no vivir más. ¿Hay algo más que agregar?

Mientras tanto, si los cientos de pequeños seres de rostros hinchados y rosados, surcados por líneas profundas de malas experiencias, egopismos y parrandas, decidiesen finalmente inmolarse para bien de los que dicen representar; entregando sus cuerpos para ser cuidadosamente viviseccionados y sus órganos utilizados para salvar vidas reales, encontraríamos que ninguna de sus partes tiene utilidad alguna.

Sus hígados intoxicados de vino caro y café barato. Su piel sobreexpuesta al sol de miles de playas foráneas. Sus músculos fláccidos por tanto calentar asientos. Ovarios y testículos atrofiados por falta de uso. Y, fundamentalmente, un corazón petrificado e inservible para un ser humano normal.